Algunas
películas se convierten en el reflejo de una época. Recrean una
imaginería particular y evocan un estado de ánimo colectivo,
instantáneas de la historia que son como hitos que ordenan su
complejo devenir. Hijos de la televisión, Matt Reeves, director de
la adaptación al público norteamericano de la antítesis del éxito
vampírico adolescente Let
Me In (2010)
y J. J. Abrams, el último gran talento mainstream
de la industria hacen su apuesta.
Cloverfield
apunta alto y por momentos es una de esas películas. Quizá su mayor
acierto ha sido su capacidad para combinar técnica y narrativa con
la coherencia necesaria (quizá con menos rigor) para retratar el
inicio de una nueva era y su estado de ánimo: un mundo multipolar,
global, digital, telecomunicado, inmediato... Y atomizado.
El concepto de Cloverfield es sencillo: un individuo, una videocámara y un leviatán que ataca su ciudad: todo queda registrado. El eco de The Blair Witch Project (1999) es evidente, y supone una puesta al día del cine clásico de ciencia ficción multisala.
¿DOCUMENTOS O RECUERDOS?
Más
allá de la impostura de la imagen (una recreación de la casera
cámara en mano) o del sonido (un tramposo y eficaz diseño) se
plantea en los créditos iniciales el primer dilema: lo que vamos a
ver es un documento clasificado del ejército de los EE. UU. y a la
vez el punto de vista de un individuo (en realidad de dos ya que hay
relevos). Si bien el muchacho graba la realidad, aquello que graba es
una selección de lo que a él le interesa de esa realidad, por tanto
inmortaliza la vida privada en medio de un caos colectivo, mostrando
por el camino, el proceso de cración del recuerdo digital de esta
generación (móviles grabando en escena, el video youtube
de nuestra última fiesta o nuestro recuerdo del 11-S).
El
audiovisual anglosajón ha captado de muchas formas ese shock
ante
la nueva amenaza terrorista y las irracionales respuestas derivadas
que ponían en riesgo las sacras libertades individuales (la
contradicción de Batman en The
Dark Knight,
la lucha de Jason
Bourne
en su trilogía por someter a control público las acciones de la CIA
o el final agridulce de Eastern
Promises).
Asimismo produjo reacciones institucionales como la integración de
las distintas agencias de seguridad e inteligencia del país
ejecutada con métodos irregulares y dudosa gloria (The
Wire de
HBO o Public
Enemies (2009)).
MORAL EN CRISIS Y CRISIS MORAL
Tras la destilación, el material resultante establece, por medio de una gran parábola, el sentimiento del país tras el 11-S. Conjuga los ejes amor-egoísmo con libertad individual-estado para ilustrar con el método cartesiano el conflicto (y potencial desaparición) del individuo de una sociedad acomodada ante el advenimiento de un nuevo escenario.
Tras la destilación, el material resultante establece, por medio de una gran parábola, el sentimiento del país tras el 11-S. Conjuga los ejes amor-egoísmo con libertad individual-estado para ilustrar con el método cartesiano el conflicto (y potencial desaparición) del individuo de una sociedad acomodada ante el advenimiento de un nuevo escenario.
Las
primera secuencia de Cloverfield se coloca en el cuadrante ideal:
amor y libertad individual. El crudo viaje de apenas hora y veinte
minutos de duración nos traslada a través de la destrucción de ese
amor hacia el cuadrante opuesto, sin amor y con la muerte a manos del
estado.
Quizá
la chispa que inicia el incendio sea un monstruo terrorista, pero el
leviatán de esa misma sociedad hace el resto. Desde luego, el
sacrificio del amor a cambio de una oportunidad laboral no es culpa
de los terroristas, como tampoco lo es la decisión de arrasar el
habeas corpus
de toda la nación (la completa destrucción la ciudad). La salvación
está en el amor, el final bascula de cuadrante hacia el amor sin
libertad: la reconciliación esperanzadora previa a la muerte, cierra
un filme de atmósfera pesimista.
¿HITO PUES?
Sin ser un film innovador, Cloverfield, se vale de un recurso narrativo cotidiano y emocional propio del siglo XXI para retratar a una sociedad en crisis de valores. Se le añade una labor exquisita en la dosificación de la información y en la construcción del tiempo. Por si fuera poco, es otro ejemplo de la capacidad de una conservadora industria en constante renovación en busca de nuevos productos que ofrecer a sus consumidores, en la cual permea, sin ningún complejo, un amplio abanico de tendencias desarrolladas en su laboratorio de I+D+I: el cine experimental.
Sin ser un film innovador, Cloverfield, se vale de un recurso narrativo cotidiano y emocional propio del siglo XXI para retratar a una sociedad en crisis de valores. Se le añade una labor exquisita en la dosificación de la información y en la construcción del tiempo. Por si fuera poco, es otro ejemplo de la capacidad de una conservadora industria en constante renovación en busca de nuevos productos que ofrecer a sus consumidores, en la cual permea, sin ningún complejo, un amplio abanico de tendencias desarrolladas en su laboratorio de I+D+I: el cine experimental.
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